martes, 23 de abril de 2013

Concepción VII




Sostuve en mis manos el diario, a su lado, bajo nuestra sombra acostumbrada, cayendo poco a poco en cuenta a medida que iba leyendo el artículo escrito por el, narrando de una manera literaria, como yo había conocido a Damián, contando la versión que sustentaba su inocencia, describiendo la manera en la que el hacia los informes y devoraba libros, aclarando al final que se trataba de un caso de la cárcel de Concepción. Junto al artículo, en una columna a la derecha, ponía algo escrito por Damián… era su interpretación del libro “La vida es Sueño” con el encabezado “Soñé haber despertado” haciendo referencia de una forma brillante a la obra, relacionándola incluso a todo lo que había sucedido después de conocerme.

Ella miraba el diario sin que su expresión me proporcionara el mas mínimo dato acerca de lo que en ese momento cruzaba por su mente, con relación a eso que yo sabía que tanto le importaba. Le explique que varias personas tras haber visto el artículo se habían manifestado a favor de que el caso llegara a un desenlace justo y, llamando así la atención de las autoridades, volvieron a evaluar el caso llegando a la conclusión de que no presentaba los cargos por los que había sido apresado. Luego le dije lo mucho que lamentaba no habérselo contado antes de que se hubiese llevado la sorpresa de la noche anterior.
Ella volvió a leer la columna… dejando que se le escapara una sonrisa, dejándome saber de que era mientras leía la parte que hablaba de ella haciéndome consciente de que no me arrepentía en lo mas mínimo de haberlo ayudado a salir. Es lo que ella quería. Es lo que el merecía.

-Aun me siento algo confundida- fueron sus palabras después de un rato de haberme escuchado.
-y que piensas hacer ahora que sabes que es libre- dije temiendo un poco la respuesta. En el fondo, imaginar que lo buscara despertaba el ser egoísta tan dormido en mi, el cual prefería que ella estuviera lejos a que dejara de mantenerse cerca de mí, compartiendo todo lo que ambos amábamos -aunque fuese para obtener mi ayuda, con lo cual me conformaba-; solo por abrir las puertas a esa misteriosa relación con el ex convicto.

-en primera instancia… diría que ya todo lo que pude haber hecho por el ya lo hice…-dijo pronunciando sus palabras como si las leyera de algún lado- se veía anoche como lo que es ahora…un hombre libre.
Tras haber permanecido en silencio breves momentos más, llego a desahogarse poco a poco, llegando a catarsis, cosa que supe cuando me dijo que era probable que únicamente ella tuviera influencia alguna sobre él cuando estaba preso. Que podía ser posible que hubiese sido dejada atrás junto con los muros de la prisión.

-No supongas nada, Ade. –fue lo único que me permití decirle al respecto. Se mostraba en paz. Difícil me había sido hasta ese momento prodigarle alguna muestra de cariño, debido a la relación tan casi exclusivamente intelectual que habíamos tenido; sin embargo la necesidad de convencerme a mí mismo de que realmente se encontraba a mi lado, sumada a la tranquilidad que secretamente me producían sus conclusiones, puse mi mano sobre su hombro y estampe un beso en su cabeza. Atento a la más milimétrica de sus reacciones, no pude apreciar ninguna alteración de la normalidad; simplemente en una fracción de segundos tomo mas aire de lo normal, haciendo que mi mente quisiera engañarse a sí misma disfrazándolo de un suspiro.

Los días posteriores fueron tranquilos, mencionando poco menos de lo necesario, lo ocurrido. Le manifesté mi intención de conseguirle trabajo en el diario, seguro de que tendría éxito. De alguna manera ella priorizaba mi compañía y eso me gustaba. De cualquier modo, no dejaba de sentir que todavía le quedaban dentro ciertos restos de aquello que callaba y que yo no indagaba.

Pasa el tiempo. Puedo decir que todo esta saliendo bien. Todo ha salido bien y estoy contenta. Pronto iniciare un nuevo trabajo, agradecida de no tener que regresar a la academia a dar clases, lejos. Ah… la academia. A veces me asalta el recuerdo del rostro trigueño del Señor J.P…. y lo relaciono con algo tan familiar.

Salgo casi todos los días con él. Nuestra relación se ha estrechado de tal manera que de ser vista desde afuera parecería que somos pareja. Entiendo que lo que tenemos es demasiado hermoso como para convertirlo en otra cosa que no fuera amistad de la mejor que hay. Me han comentado incluso, casi con indiscreción, que él se preocupa bastante, que sería excelente para mí.
Y Damián. De a poco me he acostumbrado a la idea de que el lapso de tiempo en el que ocupaba un lugar en mi vida se ha ido extinguiendo, dando inicio de manera subrayada desde el momento en que lo vi con aquella chica.

Desdicha la nuestra, la de los que soñamos antes de que las cosas sucedan siquiera. De los que tenemos un mundo interior tan grande que nos hace envolvernos en nuestras propias historias haciéndonos confundirla con la realidad llegando a engañar incluso a mi corazón. Quizá de alguna manera me haga bien comenzar a crearme historias en torno a mi amigo… después de todo, el ha hecho tanto por mí. Le importo… y a Damián… bueno. ? Que esperaba? Es un alma salvaje. Su corazón seguramente dio riendas a una alternativa libertad mientras escribía sus ensayos. Uno no puede esperar que el rio frene su cauce; ¿quien ha de pretender que el viento se siente sobre una piedra a contemplar una margarita? ; Nadie puede esperar que un tigre persiga una mariposa o que un ser criminal permanezca fiel a una caricia de papel.

Un día me dicen en el nuevo trabajo que tenía que entregar unos papeles al diario, los cuales no tenía conmigo. Fui a buscarlos a la oficina del programa y mi superior, tras saludarme afablemente, me dijo que esos papeles se encontraban en las oficinas de concepción.

-Ciertamente… -recordé. Le di las gracias y me dispuse a ir a buscarlos, preparando un amortiguador interior para el recuerdo. Tras llegar y ver la enorme entrada, uno de los guardias me acompañó a la oficina. Me hicieron esperar unos momentos. Luego me hicieron pasar y me los entregaron. Cuando me iba, veo de lejos al oficial que en aquellas ocasiones me había permitido el acceso a Damián. Esa sensación. Ese ver un rostro que me presumía tener más historias de las que en realidad vagamente tenía. Me pregunte que me estaba pasando, pero llegue a la conclusión de que simplemente quien escribe va de a poco fusionando historias que les adjudico a un rostro con la realidad distante a aquella persona.

Entre tales pensamientos, un impulso hizo que uno de mis latidos me golpeara por dentro y me volví a preguntar por Caimbra. Me dijeron que le habían dado una indemnización y que se encontraba trabajando y reintegrándose a la sociedad. Sentí una réplica de las veces que había sentido el oxigeno tal cual alimentando mis pulmones. Un agradable y cálido bálsamo hizo que mi rebelde corazón permaneciera tranquilo.

Una vez en casa, levante el teléfono para ver donde comeríamos aquel día. La contestadora. Qué extraño. Comienzo de lejos a escuchar el sonido de una armónica. Al principio me pareció haberlo estado imaginando. Pero tras unos momentos más me fui dando cuenta de que era real y se intensificaba a medida que me acercaba a la puerta. Me asome por la ventana.

Caimbra estaba allí, recostado de la verja de entrada, sosteniendo el instrumento ante sus labios. Mi primera e involuntaria reacción fue cubrir mi boca con una mano. Me quede inmóvil unos instantes y volví a mirar. Continuó tocando y al notarme se detuvo y bajó la armónica para quedarse sereno.
Tomé aire y crucé la puerta. Avancé unos pasos. Pocas o casi ninguna vez había podido verlo ante mí de pie, en toda su altura, tras haberse erguido al ver que salí. Tenía mejor aspecto. Su rostro se veía limpio; no llevaba el arete pero sus cruces me recordaron que se trataba del mismo de la primera vez. Me miraba sin expresión. Le dije que pasara y posteriormente nos encontrábamos dentro, intercambiando pocas palabras; él me siguió hasta la cocina. Algo me impedía acercarme mucho, siquiera tocarlo.

-¿tienes hambre?
Me dispuse a preparar la comida. El no mencionaba nada relevante pero sus ojos no dejaban de seguir cada uno de mis movimientos. Comimos aún en silencio. Silencio que me llenaba de tal manera que no deseaba más nada. Simplemente saberlo cerca, saberlo libre, saberlo feliz. Simplemente había tanto que decir que las palabras no sabían cómo abrirse paso.

Momentos después de silencios interrumpidos por comentarios acerca de los nuevos trabajos de ambos, en los que hablaba tranquilo, mirando la mesa… me quede mirando su rostro. Se sentía diferente que estuviese aquí. El sintió de alguna manera mi mirada y clavó sus ojos en los míos, petrificando así mis movimientos.

-Gracias- dijo calmado, luchando porque aquella pequeña sonrisa no se le escapara.- por todo.
Una vez se hubo marchado, me desplomé en la cama, con la mirada perdida; en un estado de no saber qué sentir, ni qué pensar; pero muy consciente de lo que quería sentir y pensar. En ese momento recuerdo la foto y cómo Damián había escrito en su carta que vendría por ella. Pudo haberlo olvidado.




Era un domingo por la tarde y tomábamos sol en el patio mientras leíamos a Rubén Darío. Amo la pureza de nuestra relación. Ella leía para ambos el cuento parisiense de La Ninfa.
“La cadera a flor de espuma parecía a veces como dorada por la luz opaca que alcanzaba a llegar por las brechas de las hojas. ¡Ah!, yo vi lirios, rosas, nieve, oro; vi un ideal con vida y forma y oí, entre el burbujeo sonoro de la linfa herida, como una risa burlesca y armoniosa que me encendía la sangre.
De pronto huyo la visión, surgió la ninfa del estanque, semejante a Citerea en su onda, y recogiendo sus cabellos, que goteaban  brillantes…”

- …el delirio de los poetas- dije- que sin malicia alguna contemplan absortos la rosada carne de las ninfas.-
En ese instante ambos compartimos nuestro silencio. Solo la escuchaba respirar y ella a mí.
De un momento a otro ella decide entrar y la sigo. Como si todo pasara de manera irreal, y dejándome sin palabras, ella me retira los anteojos sin avisar, y me quedo viendo puras sombras. Veo de manera borrosa su silueta y como se mueve cruzando la sala. Avanzo pocos pasos sin saber si reírme o asustarme.  Decidí hacer lo segundo al darme cuenta de que se despojaba de su vestido. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entradas populares