lunes, 3 de junio de 2013

Concepción Parte VIII



Pasé toda la mañana sin poder evitar pensar en aquel sueño. Pudo haber sido producto de mi deseo más profundo y reprimido, pero insistí en odiarme, como si sintiera celos y ganas de protegerla de mi mismo.

Al medio día y Ade y yo fuimos a comprar los ingredientes para un plato cuya preparación habíamos estado postergando durante días. Estar tan seguido juntos se había convertido para mí en una costumbre que me rehusaba a abandonar. Era como dejarse llevar por suaves olas que hacían que el tiempo no se sintiera y que fuese indiferente a todo lo demás.

Ya en la cocina seguía la fluida conversación en tanto nos disponíamos a trabajar. Mientras se inclinaba para encender la hornilla, me asaltó el recuerdo de aquel sueño y voltee la cabeza para no verme tentado a reparar en su silueta.

-Estas muy raro hoy…- me dijo entre burla y seriedad al llamarme por mi nombre dos veces y ver cómo me distraía observando la puerta.
 Me dio la espalda mientras abría algunas bolsas. La suave luz natural que entraba por la ventana hacia que su cabello luciera un brillo diferente y tierno. La tela de su ropa solo caía sobre su piel, enmarcando su pequeño porte. Me deje llevar por un extraño modo automático en el que se puso mi cerebro, acercándome involuntariamente unos pasos hasta quedar muy cerca, tanto que podía oler su aroma. Una vez en esa situación no pude dar marcha atrás y puse mis manos sobre las suyas, entrelazando mis dedos con los suyos, llegando más lejos de lo que había pensado que llegaría tan pronto.

Algo saltó en mi pecho con brusquedad al sentir que se ponía muy cerca detrás de mí y no encontraba la manera de convencerme de que realmente estaba haciendo eso. Durante los primeros segundos lo interprete como algún juego pero no me estaba percatando de que había cierto modo de caricia, y de que sus manos se posaron sobre las mías dejándome atrapada entre él y la mesa.

Volteo mi rostro sobresaltada, quedando este frente al suyo. De inmediato mi cerebro me indico que algo se estaba saliendo de lo normal. Con toda velocidad, le dio la orden a mi cuello de girar para evitar que sus labios cayeran sobre los míos. Fue entonces cuando me di cuenta de que había intentado besarme. Tras estampar el beso en mi mejilla, prosiguió a besar mi cabeza. Tras notar que permanecí inmóvil se aparto despacio. 

En ese momento ya no tenía idea de cómo reaccionar. Sentía el calor en mis mejillas tanto así que hasta mis ojos se sentían pesados. No pude mirarlo a los ojos.

-Perdón...- Balbuceó

Mirando aun al suelo reuní el valor suficiente para mirarlo a los ojos y encontrarme con una mirada triste y profunda, aterradora y sorprendentemente enamorada. Algo pateó mi corazón y solo pude decir unas pocas palabras, mientras negaba con la cabeza.

-…ha sido demasiado perfecto hasta ahora… por favor no lo arruines.

Esas palabras simples me desgarraron y continuaron repitiéndose en mi cabeza durante días. Al parecer no solo lo arruiné…es demasiado incómodo ahora… en el instante en el que decidí que no había vuelta atrás no era realmente consciente de que no hay vuelta atrás. Era uno de esos momentos en los que deseaba profundamente que asi fuera aunque tenía por otro lado la pequeña convicción de que no me arrepentía de haberme lanzado aun no fuera la reacción esperada.

 Dentro de toda mi especulación lo cierto era que  ella no abandonó  un instante mi cabeza en los días posteriores. Y yo no me daba permiso de tomar una decisión.
 No fue sino hasta que un día decidió terminar con mi intriga. Salía para el trabajo temprano y me la encontré agitada en la acera… había llegado a toda velocidad buscándome; jadeaba.

-Ade! – dije asombrado

-Ahorrémonos toda disculpa, saltemos toda esa parte, no puedo estar con esta indiferencia…tengo que contarte algo… que falta me hacías!- ah, Ade y sus sustos…me va a matar del corazón con tanto suspenso…ya me soltaba, ya me volvía a recoger. Una mezcla de alivio y decepción me inundo por completo. Alivio por volver a tenerla cerca…decepción porque no quería que obviara lo que yo sentía… porque el servirle únicamente de confidente me unía a ella de una manera que no me gustaba pues me separaba de ella de la manera en que yo quería estar cerca.

-Eres el único de quien no me importa que piense que estoy loca. ¡Todo encaja y desencaja a  la vez!… 

¿recuerdas la foto? –No puede ser, pensé, no Damián de nuevo-

-Ah, la de él con su padre… no me permites olvidarla- dije con ironía.

-Es aterrador y no lo vas a creer… pero el padre de Damián era idéntico al carcelero que me ayudo a visitarlo en concepción... tuve un sueño anoche… los rostros son exactamente iguales, no hay duda.
No pude evitar el asombro. Me atrevería en medio de mi disgusto y en otras circunstancias a decirle que se estaba obsesionando, pero la conocía lo suficiente como para saber que de ser un simple arrebato de desenfreno no habría acudido a mí con tanto apremio. Me contó con más detalle. No pudo evitar mostrar cierto temor al confesarme que también notaba un intenso parecido entre el carcelero y el señor J.P. Todo resultaba muy extraño.

Trabajaba en un artículo para el diario, con el ambiente desordenado de una tarde en casa. Tirada a un lado estaba la foto la cual contemple una vez más, pensativa. Ese rostro que había visto con ánima perteneciente a alguien literalmente difunto. Trataba de convencerme de que, por lo menos en el caso del carcelero eran ilusiones mías puesto que Damián hubiese notado el parecido, de no ser por alguna clase de agujero negro en su mente quizás por los trastornos padecidos en prisión. De cualquier manera el tuvo hasta hace poco la fotografía en su poder, descartando así la posibilidad de esta teoría.

La había ya observado tanto que incluso la camioneta que se encontraba detrás de ellos me era fácilmente reconocible. Me dirigí al trabajo al día siguiente en transporte, para entregar el artículo. Tras un par de horas en la oficina me vi obligada a salir a la calle una vez más. Otra más.
Una camioneta idéntica a la de la fotografía se encontraba estacionada a pocos tramos de distancia del solitario estacionamiento, al otro lado de la calle. De ella lo vi bajar. Caminaba serio como siempre, sin embargo en esta ocasión no pareció verse inmutado por mi presencia; de cualquier modo se me acerco.

-Damián, no te puedes imaginar de lo que me he dado cuenta…!- comencé, con miras a explicarle los pormenores de mi reciente hallazgo. No pude continuar. Tres hombres mas bajaron de la camioneta y en menos de lo que pude analizar, ya se encontraban sobre mí, uno de ellos detrás apretando con fuerza dolorosa mis muñecas. Intentaron empujarme con violencia dentro de la camioneta. Sin tiempo siquiera de decidir si creer o no que él estuviera involucrado y sin ninguna idea de lo que estaba pasando no hice más que resistirme, siendo vanas mis fuerzas en comparación con las de los tres animales que me sujetaban sin que pudiese distinguir qué mano era de quien.

Damián conducía. No pude identificar una sola expresión en sus ojos. Me faltaba el aliento. Sentí como si la sangre escapara de mi cerebro al resto de mi cuerpo al ver que nos alejábamos del edificio de la oficina.  Me estremecí más que del temor, de la rabia y la impotencia. En ese momento, el pánico era tan solo el acompañamiento del plato principal cuyo sabor era la traición.
Una casa de una planta, con la fachada que dejaba suponer que una vez estuvo pintada de blanco, me daba la bienvenida, tratándose de una dirección que luché por memorizar en el camino, teniendo en contra la velocidad a la que íbamos y el lugar del vehículo que yo ocupaba en medio de aquellos individuos, quienes no dejaron de lanzarme comentarios que preferí bloquear, aun sin saber que pensar ya.


El lugar era asqueroso. Dos catres, una lata y las paredes me hacían añorar estar en una de las celdas de Concepción. Permanecí de pie. Uno de ellos se dejo caer pesadamente en el catre mientras el otro se quitaba la camisa. Ahora si estaba asustada. Damián no me miro ni por un segundo. Pero no les quitaba la vista de encima. 

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