miércoles, 20 de julio de 2011

Relato de mi conciencia -Parte I

Y no se por que me frustra el no saber de ti. Hace ya dos semanas que te fuiste; dos interminables semanas cuyos días han pasado con la misma lentitud que largos tragos de hiel. Y ojala me sintiese digna de reprocharte, pero no puedo, no soy nadie para reclamarte nada. Solo soy la persona que más te adora en este mundo.
La escena de la última vez que nos vimos se repite una y otra vez en mi memoria. Ya hasta la tengo grabada con lujo de detalle cual película, en la que incluso al cerrar los ojos siento estar viviendo aquel momento otra vez.
Cada vez que la repito, unas veces te odio mas y otras tantas te amo mas. Pero merodea en mi cabeza desde que amanece hasta que me acuesto y no logro dormir sin repasarla varias veces más, y la repaso a lo largo del día acompañada de varios recuerdos que giran en torno a ti desde que te conocí hasta los días mas recientes. A veces comparo varias y se me hace que ha pasado mucho tiempo, o que han pasado muchas cosas en muy poco tiempo. 
El día en que te vi. Que inocente era, ignorando todo lo que serias para mí. Pues mi atención se dirigió a ti durante pocos segundos y luego seguí con lo mío. No era consciente de todo lo que sucedería a nuestro alrededor.  
Pocos días pasaron y tú seguías cerca, recién llegado. Muchos te ignoraban pero yo empecé a notarte más y más. De todas formas te fui indiferente hasta que tú diste aquel paso que, para mí fue lo que encendió en mi mente la idea de que empezabas a existir en mi interior.
Llegaste, en medio de la tranquilidad de una madrugada de esas en las que mi cuerpo no quiere dormir más. Yo estaba inmóvil, en un banco bajo el gran árbol (cómo recuerdo cada detalle de aquel banco y de aquel árbol) olía a pino fresco y el cielo estaba teñido de amarillos y naranjas, irradiando un dorado resplandor. Esa mañana tu pelo era más castaño que nunca y tus ojos más verdes que nunca.
Apenas llegaste, mi corazón dio un vuelco como si predijera todo lo que le deparaba el destino para contigo.  Mi mente estaba en su lugar. Sosegada, indiferente. ..
Te sentaste a mi lado. Silencio. Todo el parquecito central estaba lleno de bancos vacíos. Al sentarte junto a mí, dictaste mi condena al entregarme eso que me haría tu esclava desde entonces. Una profunda, intensa y penetrante mirada que me llego hasta el tuétano. Me llego hasta el alma.
Desde que tengo ese recuerdo en mi mente, al repasarlo me doy cuenta de que en ese momento querías decirme algo. El aturdimiento no me dejo notarlo hasta después y tampoco te permitió expresarlo. Quizás eras igual de tímido que yo, pero ¿Qué hacías tan temprano, compartiendo mi soledad, mi amanecer?
Tragaste. Apartaste tu mirada, que seguía sintiendo sobre mi aunque tus ojos estuviesen clavados en el suelo. Abriste los labios para decir algo, pero en su lugar tomaste aire y te pusiste de pie.
Miré tu nuca unos instantes, tu cuello casi girarse. Pero empezaste a alejarte lentamente, acelerando cada vez más hasta meterte de lleno en el edificio de los dormitorios. Mi corazón se detuvo al suponer que en el instante que aparté la mirada, tú volvías a dedicarme tus ojos por un segundo más. Era quizás la ilusión de un poco mas de gloria, ya que la que me dirigiste en principio me basto para toda la vida.
Recuerdo que inmortalice ese momento, haciéndolo revivir cada vez que me levantaba de madrugada, lo cual era más seguido. En algún lugar de mi corazón guardaba la pequeña ilusión de que se repitiese el momento tan solo una vez. Ilusión que poco a poco se convirtió en deseo.
Indescriptible fue la felicidad que me inundo cuando un día te vi pasar. Mi corazón bailaba de regocijo dentro de mi pecho aquella madrugada, mientras te veía dar zancadas hacia el oeste, en dirección al comedor. 
Estos primeros recuerdos no se comparan con la dicha que sentí cuando poco después escuche tus palabras dirigirse a mí.
A pesar de mi juventud, tenia frecuentes bajas de presión. En una de mis decaídas, me encontraba en la enfermería. Era usual un entrar y salir de personas, ya que era una sala grande y los docentes acostumbraban a buscar allí café y otras cosas. La puerta se abrió y mi corazón salto como si lo llamaran.
-¿Cómo esta ella?- dijiste. Mencionaste mi nombre. No abrí los ojos, pero reconocí su voz de inmediato. Nunca la había escuchado hasta entonces, pero sabía que era tuya.
Los días siguientes fueron hermosos. La academia me parecía un paraíso, solo porque te encontrabas en el.  Hasta el área de historia de la biblioteca, lugar donde solía ir cuando me deprimía, por ser el más silencioso y apartado,  me parecía acogedor y agraciado. Mis pies me llevaron allí un día en el que solo buscaba privacidad para pensar en ti.
Como si todo mi ser te llamara (de hecho, así era) apareciste. Miraste nervioso los libros de la parte superior, te  llevaste una mano a la cabeza (¿podías ser tan perfecto?) y con ojos asustados me hablaste.
-¿te sientes mejor?-
Me quede inmóvil. Era como un sueno. Mi cerebro dejo de funcionar. En ese momento mi corazón era el protagonista, latía a toda máquina mientras mis manos empezaban a sudar. Asentí con la cabeza, mientras un ardor se iba apoderando de mis mejillas. Miraste al suelo, con una pequeña sonrisa en la comisura del labio. Respiraste hondo y caminaste unos pasos al lado opuesto.
-gracias- dije. Volteaste un poco la cabeza, con una sonrisa de labios cerrados y seguiste caminando con la mano en los bolsillos. 

1 comentario:

  1. De tanto-tanto-tanto recordar el pasado se disfraza de futuro, la memoria parece una pupila dilatada... Hay que tenerle cierto respeto a las estatuas de sal (y a la sal de las estatuas),

    Un gustazo

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